Marcha Cicloturista Internacional Bilbao Bilbao


Dicen que la clásica cicloturista Bilbao-Bilbao es un lugar del que nunca te vas. Ahí sigues. Vuelves, como este pasado domingo, una vez al año. Y con ella, con esa marea de bicicletas que en esta edición rozaron el récord al juntar 8.347 participantes, regresan tantos recuerdos almacenados en las 31 ediciones celebradas. 


La marcha bilbaína, que rueda desde 1988, forma parte ya del paisaje sentimental de ese gremio tan multicolor formado por los ciclistas. Jóvenes que hace tres décadas subieron con su padre Andrakas, Unbe y Morga, este domingo, ya con más canas o menos pelo, pedalearon con sus hijos por las mismas rampas. Idénticas y, claro, tan distintas para la piernas por el paso el tiempo. La Bilbao-Bilbao es el hogar común que una mañana dominical al año acoge a los suyos. Muchos. Más de ocho mil, a los que se sumaron, como furtivos, otros dos mil más que esquivaron el pago de la inscripción. Entre todos levantaron una marea ambulante animada por el sol.



Y eso que en la salida, en el Puente de Deusto, habían dejado la nevera abierta por la noche. Frío bajo el cielo descubierto. Enseguida se vio que había ganas de ciclismo. El invierno recién clausurado ha sido clemente, seco. Sin el riego de la lluvia, brotan las bicicletas. Los cicloturistas andan ya en marzo bien entrenados. Un domingo de sol, además, invita a sumarse a la marcha. El primer pelotón partió a las 8.00 horas. Era tan numeroso que doce minutos después seguían saliendo corredores. La organización tuvo que cortarles el paso porque iban a solaparse con el segundo turno de salida, previsto para las 8.15 horas. Hubo algún embotellamiento. Es irremediable. La marea era tal que en cualquier cruce se montaba un pantano repleto de bicicletas. 


La fluidez llegó con los kilómetros. La hilera comenzó a estirarse. Las manos pudieron alejarse del freno. Tiempo para repasar con la mirada las postales de Bizkakia. Y para charlar. Siempre hay alguien que recuerda la primera edición, aquella llegada a la Gran Vía que asistió a un sprint, ganado por el entonces profesional Luis Pérez. Los cicloturistas iban entonces sin casco. Las bicicletas no conocían el carbono. Y daba igual. Este domingo, en el ascenso a Unbe se veían maillots antiguos, uno del Teka, otro del Kas. Junto a bicis de última generación y cambio de marchas eléctrico, rodaba una 'Vitus' negra de aluminio. Un perla con la que, por ejemplo, Lucho Herrera ganó en los Lagos de Covadonga en 1987, un año antes del nacimiento de la Bilbao-Bilbao.


Durante la marcha, ya en Artebakarra, Iñaki Íñigo, médico de la Federación española, pasó un primer parte de guerra: apenas había habido incidentes. Un par de enganchones y poco más. La clásica bilbaína trata de conservar el espíritu fundacional del cicloturismo. No es una carrera. Es un día que une al ciclista bien preparado con el ocasional, el que rescata la vieja bicicleta del trastero y, todavía con rastrales, se anima a recorrer uno de los tres itinerarios de la prueba: de 85, de 115 o de 125 kilómetros, el más largo, el que incluye la subida al Vivero. Luis Zubero, exciclista y gran mecánico, atiende a los ciclistas en Zamudio. «Paran pocos. Con el buen tiempo, ni pinchan, ja, ja». En una curva del Vivero está otro mecánico de referencia en Bizkaia, Pedro Maestre, que saluda por su nombre a muchos de los que gotean sudor por la cuesta, el obstáculo final.





El paisaje luce impecable. Los ciclistas lo cuidan. Ya son muy pocos los que arrojan los envoltorios de la comida al suelo. En el descenso de Morga, a alguno se le han caído unas galletas. Un cuervo, atento, se tira en vuelo a por ellas, pero no llega a aterrizar porque no dejan de pasar ciclistas. Vuelve a intentarlo y nada. La fila no para. Es el domingo de las bicicletas. Para los que descubren la Bilbao-Bilbao, cómo nuestros chicos, es un día de fiesta. De libertad a pedales. Para los fieles, los que incluso estuvieron en el bautizo en 1988, es una jornada para conectar pedazos de la memoria. Tantos amigos con los que han compartido este recorrido. El pasado es ese hogar que siempre nos queda. Y la Bilbao-Bilbao es la casa de la que nunca te vas y que, como siempre, te abre la puerta en la Gran Vía, donde un domingo de marzo espera esa familia de más de ocho mil dorsales.



Esta increíble experiencia la vivieron 4 de nuestros chicos y amigos del Club,Julio,David Bello, Carlos Rodrigo y Alberto Rodrigo, que rodaron juntos en el itinerario largo, que estamos más que seguros que repetirán, ya que no sólo rodaron por estos increíbles parajes del norte de España, también disfrutaron de un fin de semana de amistad, pinxos, historietas de cicloturismo, proyectos, piques, y…¿Sacamos otra ronda?

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